viernes, 9 de diciembre de 2011

COMO AGUA PARA CHOCOLATE

Acabo de terminar “Como agua para chocolate” (1989), de la mexicana Laura Esquivel, novela llena de amor, sensibilidad y profundas emociones.

Las normas de la familia de Tita la hija menor indicaban que la última hija debía dedicar su vida en atender a su madre, debía entregarse completamente al servicio familiar y olvidar el amor, aunque tuviera que sacrificarse y dejar de lado su amor de la niñez. Toda la novela gira en torno a este hecho, a esa frustración y la lucha permanente de la protagonista, que se rebela ante esta injusta tradición.

Todo es resuelto con suma sensibilidad y con los toques de realismo mágico, que tan maestramente maneja García Márquez. Asimismo, todo el relato utiliza la gastronomía mexicana como nexo de unión y metáfora de los sentimientos de los personajes; así las cebollas serán el motivo de lágrimas, las perdices negras de fe, los pétalos de rosa despertarán pasiones incontrolables.

Por otro lado, las emociones demasiado intensas consiguen abrir un portal frente a las personas. Por ello, lo que mató a Pedro, su amor, fue el abrir los seis sentidos a la vez.

Me gustaría destacar un fragmento que resume muy bien la teoría de los cerillos como fuente de emociones, de los sentimientos, del amor.

“Si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender solos, necesitamos, oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso, el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender uno de los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior una agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión a reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía el alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillos se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo.

Si eso llega a pasar, el alma huye de nuestro cuerpo, camina errante por las tinieblas más profundas, tratando vanamente de encontrar alimento por sí misma, ignorante de que sólo el cuerpo que ha dejado inerme, lleno de frío, es el único que podría dárselo.

Por eso hay que permanecer alejados de personas que tengan un aliento gélido. Su sola presencia podría apagar el fuego más intenso, con los resultados que ya conocemos. Mientras más distancia tomemos de estas personas, será más fácil protegernos de su soplo.

Hay muchas maneras de poner a secar una caja de cerillos húmeda, pero puede estar segura de que tiene remedio.

Claro que también hay que poner mucho cuidado en ir encendiendo los cerillos uno a uno. Porque si por una emoción muy fuerte se llegan a encender todos de un solo golpe, producen un resplandor tan fuerte que ilumina más allá de lo que podemos ver normalmente y entonces ante nuestros ojos aparece un túnel esplendoroso que nos muestra el camino que olvidamos al momento de nacer y que nos llama a reencontrar nuestro perdido origen divino. El alma desea reintegrarse al lugar de donde proviene, dejando el cuerpo inerte… “

No hay comentarios: